Era un día como cualquier otro, un día más, un día menos. Martín había salido a caminar por el centro. Arrastraba los pies, como quien no quiere avanzar, se resistía a dejar sus pasos atrás. En su andar zombiesco, levantaba el colchón de hojas secas que llenaba de otoño la vereda. Siempre le había generado un curioso placer ese paisaje, los árboles desnudos, las calles alfombradas con la vida que fue. Era un militante de la melancolía. Cada tanto, garabateaba un canto al desamor, una oda a la desdicha. Y así pasaba las cuadras, perdido en los laberintos de lo que pudo haber sido, cuando su voz lo cacheteó.
-Nos sacás una foto? dijo mientras extendía la cámara con la naturalidad de los que se saben libres. No esperó respuesta alguna, se peinó en el mismo movimiento y posó para la foto. El pelo le caía a un costado, tapando apenas el lunar de su mejilla derecha. Martín, sin opción, se metió de lleno en el personaje. Que el sol de allá, vos más acá, whisky. Su sonrisa lo volvió a los adoquines. Estaba fascinado.
-Y?? Podés??
-Ehh..sí, sí..estoy haciendo foco- balbuceó mientras toqueteaba el lente sin ton ni son. Click. A ver cómo salió, gracias, sonrisa, chau. Martín sólo alcanzó a saludar y devolver la mueca.
Algo desorientado, intentó retomar su marcha fúnebre, pero a las pocas cuadras se detuvo. ¿Qué había pasado? De golpe todo parecía estar más vivo.Por primera vez entendió eso de que el sol sale para todos. Se encontró sonriendo en soledad. Pero el veranito duró lo que la arena en el reloj. No sabía nada de ella, ni su nombre. Para peor, era su último día en la ciudad. Jamás volvería a verla. Se apoderó de él un héroe de historieta, una suerte de quijote que quería correrla y gritarle su amor. Hasta pensó en improvisar un censo, casa por casa hasta dar con su amada. Pero no tenía tiempo y mucho menos coraje. Se convenció diciéndose que no la encontraría, que andá a saber si no se subió a un taxi, que sólo funciona en las películas.
Pasaje, pastillas, documento, algo de cambio, listo. Paró un taxi, sin ganas de hablar. Le tocó escuchar. Resulta que Pedro estaba cumpliendo treinta años de casado con su mujer. Se conocieron en los años en que era fotógrafo, en una fiesta. Sí, el tipo le sacó una foto, ella se la pidió, nació el amor. Así de simple, así de improbable. Por supuesto, una foto vale más que mil palabras. Que él no era de hacer esas cosas, que ese día estaba cubriendo a un amigo, bla bla bla. Martín casi se baja en el semáforo. Contó hasta cincuenta, sonrió, pagó y se bajó.
Sentado en el micro, del lado de la ventanilla, maldecía por el retraso del micro. Nunca le había molestado la impuntualidad, casi que era un fundamentalista de ella, pero hoy quería irse lo antes posible de ahí. Cada minuto que pasaba era uno más de reproche. Siempre había elegido ventanilla para ver las caras de la gente que se quedaba, los saludos, la emoción. Pero esta vez no estaba de humor. Se disponía a correr la cortina cuando divisó una cara familiar que lo saludaba entre risas. Tímidamente devolvió el saludo, mientras pensaba de dónde la conocía. Revolvía en su memoria, cuando escuchó que le hablaban del asiento de al lado, recientemente ocupado.
-Te pediría que me saques otra foto, pero no me gusta salir sola- sonrió.
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