domingo, 4 de octubre de 2009

Un ángel en la Tierra

Hoy llegan hasta aquí unas palabras escritas mucho tiempo atrás. Pero como nada se pierde y todo se rehace, hoy están más vivas que nunca y vuelven quizás con más fuerza que en aquel entonces...o por ahí nos dicen otras cosas...dicen que el azar se parece al deseo...

...si el viento se las olvidó debe ser por algo...

Ésta es una suerte de reflexión, a modo de diálogo entre el autor y el personaje. Quizás porque es más fácil hablar con uno mismo. Quizás porque de esta manera, el personaje puede decir cosas que el autor no se anima.
Tal vez sea uno de esos interminables monólogos que nos aturden por las noches de soledad. Aquellas ocasiones en que no hay mejor confesor que la almohada. Es cierto, ella no habla, no aconseja, pero nos escucha, y eso es algo que no abunda en este (in)mundo.
También puede ser aquellas interminables charlas con nuestros mejores amigos, los perros. Esos momentos mágicos, en los que les confiamos todo a esos ojos incondicionales, sabiendo que nos van a mirar siempre de la misma manera, con el mismo amor. Y pensar que hay quienes sostienen que sólo les falta hablar.

-Mi querido Adán, ¿Cómo estás hoy? (Le regalo una triste sonrisa)
-Aquí me encuentro… (cavila, mientras se pasa la mano por los cabellos) frente a un dilema. Levantarme o quedarme en el suelo. Quedarme quieto o seguir caminando (suspira, tiene los ojos opacos). Si al fin de cuentas, la realidad siempre logra extinguirnos la llama de la ilusión. Y sin ilusión no hay vida, sólo existencia (su rostro acompaña la idea, tiene un dejo de tristeza su expresión).
-¿Cómo es eso? (me acerco hacia él, para que note mi interés)
-En esta realidad que hemos construido, o que nos han dado, las personas deambulan por las calles, con la mirada apagada. No poseen ese destello de ilusión en su mirar (se enciende, quiere transmitirme su sentir). Esa magia tan necesaria para poder apreciar tanto la luz como la oscuridad. Ellos no pueden, no quieren, no los dejan (se le nubla la vista y ya no me mira. Tal vez habla con el niño que hay en él). La luz los encandila y la oscuridad los aterra. Ambas los enceguecen.
-Entonces, ¿Tan atroz es tu visión del mundo? (miro por la ventana para enfatizar la idea. Comienza a llover)
-Es que es allí donde radica le problema. En “el” mundo. No existe tal cosa (gesticula, se desespera por explicarme). Cada uno vive en un mundo diferente, y de a ratos, comparte el suyo con el otro. La vida consiste en encontrarle un lugar a ese mundo en nuestra realidad, y no, en encontrar nuestro lugar en “el” mundo. Si mundo hay uno solo (ahora es él quien mira a través del vidrio), si sólo es ese que está allí afuera, entonces elijo contemplarlo desde mi ventana. No quiero ser parte de ese mundo físico, sin brillo interior, sin alma. En ese mundo no hay amor.
-Esa es una afirmación muy fuerte, ¿qué es para vos el amor? (me cuesta mucho hacerle ésta pregunta. Inmediatamente esquivo su mirada)
-Es despegarse, tan sólo por un instante, de lo terrenal que hay en el hombre. Es alcanzar, aunque sea tan sólo por ese instante, lo que hay de mágico y de eternidad en los ángeles. Es la ilusión de que podemos vencer al tiempo, porque el tiempo deja de importarnos. Al igual que “el” mundo (su mirada de pierde, quizás en algún rincón de mi alma). Porque aunque en el mundo reine la oscuridad y la tiniebla, la luz de su mirada me salvará. Ella me salvará. La rosa más linda de todas, más pura, eterna en el tiempo y el espacio. En mi tiempo y mi espacio. El amor es Solveig Amundsen.
-Entonces, ¿el amor es el valor más importante de todos?
-Sí, sucede que el amor es lo que revive la ilusión (se envalentona, recupera el brillo en sus ojos), y esa ilusión es el motor de la vida. Lo que nos da fuerzas para seguir intentado, aún cuando todo parezca imposible. La falta de ilusión, de amor, es la muerte en vida. La simple y llana existencia.
-Hablás de la muerte, ¿tenés miedo de morir? (se me quiebra la voz, tiemblo)
-La muerte no me resulta algo aterrador. A lo que sí le temo es a morirme sin a haber vivido (su mirada ahora es intensa y transparente). La muerte tiene que ser un premio a una vida plena. Es el momento de paz que llega después de una vida agitada. De haber reído y llorado, pero siempre haber soñado. Creído. Entonces la muerte llegará como esa eternidad que nos liberará de esta prisión de huesos y nos revelará el Edén.