miércoles, 26 de agosto de 2009

Monólogo de una noche

¿Quién me ha robado los meses de abril, mayo, junio y julio? Con el mayor de los respeto por el gran maestro, creo que esta vez él es el afortunado. ¿Acaso el tiempo corre más rápido cuando lo necesitamos? Es curioso que la felicidad sea campeona en los cien metros libres mientras la tristeza todavía está luchando por terminar la maratón. No sé si es que el mundo está al revés o de golpe yo soy otro. “Piedra libre para la duda y que la esperanza salga de su escondite porque es muy aburrido jugar sin ella”, piensa mi conciencia malherida y la cerveza ahoga sus últimas palabras. ¿Esperanza? “Es una construcción abandonada: siempre queda en proyecto de algo, pero termina siendo un bodoque sin forma que ocupa espacio sin sentido”, entrada triunfal del pesimismo en escena, segunda etapa de la inconciencia etílica. Con el cerebro anestesiado se repasan los hechos, se salta de baldosa en baldosa bajo la lluvia y siempre se pisan las flojas, es una fija. ¿Y de quién es la culpa? ¿De la lluvia? ¿De la bebida mágica? ¿Hay culpables? Lamentablemente el Juego no es tan sencillo, por eso se pierde tan seguido. Tiempo de la depresión y la desdicha, y así comienza el tercer capítulo del viaje en balsa de malta. ¿Es que no existe la Justicia? Como si algo parecido al equilibrio del mundo tuviese lugar en estas tierras. Cabría preguntarse aquí si la vida necesariamente debe ser justa. Por qué no aceptar que a veces no queda más que andar enterrados en el fango hasta encontrar suelo firme. Es que casi siempre la vida parece un film de Woody Allen, donde todo es tragicómico, y si no te da risa se te caen unas lágrimas.

El Sol (dios supremo del día que nos recibe con toda su furia después de una noche de aventuras) asoma sus cabellos allá lejos, como espiándome, hasta salir por completo, desafiante en su magnificencia. Y a pesar de que me siento juzgado y sin el respaldo de la protectora de pobres almas nocturnas, ocurre un hecho inesperado. Un chico le regala un chocolate a una nena y ella le da un beso, no tienen más de 8 años y se miran sin nada más en sus retinas que la presencia del otro. Se sonríen y se van corriendo juntos para la entrada de la escuela. Con el repiqueteo latente todavía en mi cabeza me sonrío y pienso que la magia todavía está ahí, agazapada y débil, pero viva.