lunes, 30 de agosto de 2010

Frente al mar

Él juntaba piedras, las coleccionaba. Sabía que debajo de cada una de ellas se esconde una ilusión, se agazapa la esperanza. Y así es que atesoraba sueños en un frasco. En algún punto todos lo hacemos, pero Tomás era conciente de ello. Todos los días, elegía una piedra diferente del recipiente y la guardaba celosamente en su bolsillo izquierdo de la campera con la que se defendía de aquel invierno en Santa Teresita. Visitaba con frecuencia al mar, fiel confesor y consejero. Sólo hay que estar atento y se lo puede oír cantando sobre algún dilema crucial de la vida, por eso es que es tan maravilloso sentarse frente a él. Tomás lo sabía y por eso siempre que podía iba a verlo. En cada encuentro y tras largas meditaciones, apretaba con fuerza la piedra del día, como si tuviera que protegerla de la erosión del tiempo, que todo lo destruye. Y es que a veces parece todo una carrera en vano contra un atleta superdotado que puede incluso darse el lujo de darnos ventaja.
Ella se sentaba en la arena a llorar sus penas mientras el mar, amigo y conocedor de las lágrimas, le besaba los pies. La puesta del sol ahí, con el astro fundiéndose en el horizonte celeste le parecía el marco ideal para su llanto. La tristeza puede ser muy hermosa acompañada de una buena canción o un atardecer. Jazmín lo sabía, por eso sonreía al sentir caer la primera de las gotas saladas sobre su mejilla frente al mar. Cada tanto y cuando se presentaba la oportunidad, le regalaba una piedra a su incondicional amigo. Pedía un deseo y se la arrojaba con fuerza. Creía que mientras más lejos llegara, más posibilidades había de que se hiciera realidad su sueño. Y es que si deseamos algo con mucha fuerza puede cumplirse.

Aquella tarde de agosto, Tomás había salido un poco más temprano de lo habitual del trabajo y se fue para la costa. Sentía la imperiosa necesidad de ver el mar. Llevaba como siempre una piedra en el bolsillo izquierdo del abrigo y la apretaba con fuerza. Venía pensando en qué le contaría a su amigo, puesto que todavía no anochecía y su timidez era reina en su ser. No es novedad que la noche debilita los corazones, pero también los abre, los expone, los libera. Se debatía entre sus temores cuando la vio. Allí, sentada a la orilla del mar, escarbando la arena. Solitaria y atractiva, fascinante como la primera estrella en la espesura de la noche.
El mar le cantaba que se acerque, que vaya y la abrace y le muestre que no está sola. Pero su miedo era más grande, el astro rey todavía no se despedía y su confianza se hacía añicos ante la luz. Entonces se acordó de la piedra. Siempre había salido con la piedra a cuestas sin saber bien por qué y ahora tenía la respuesta allí, frente al mar.
Apretó la piedra con fuerza y avanzó, sin dudarlo, sin pensarlo. Las cosas importantes pasan cuando menos las consideramos, fluyen, bailan al ritmo del deseo y se ríen de las reglas.
Casi sin hacer ruido se sentó cerca de ella, no demasiado, el sol todavía no se perdía en el mar y su coraje era apenas una intención. Ella no lo notó hasta que empezó a cantar. Siempre que estaba triste cantaba, era una manera de contarle al mundo su penar sin hacerlo. La poesía es el refugio ideal para el alma, tras la belleza y la metáfora se desliza más de una verdad. Jazmín no conocía la canción, pero le pareció muy hermosa. Quizás porque ella también estaba triste y se reflejaba en la letra. Tal vez porque la cantaba alguien más y eso quería decir que no estaba sola.
Cuando terminó la canción se vio de vuelta en compañía de su timidez. Ya no era por la luminosidad, sino porque Jazmín lo miraba fijo, con lágrimas en los ojos. Entonces se dio cuenta de lo que debía hacer, sacó de su bolsillo la piedra y se la ofreció con una sonrisa, sin decir palabra. Ella la tomó, le devolvió la mueca y en silencio, la arrojó con fuerza al mar. Tomás no lo entendió y sin decir nada se levantó, la miró con tristeza y se fue. Le había regalado su ilusión, la había puesto en sus manos y ella la había despreciado. Sin titubear había ahogado su esperanza en un segundo. Se fue pensando en que ya nunca más llevaría consigo una piedra, ni las almacenaría más. Jazmín se quedó más confundida y triste de lo que estaba. Quería explicarle, contarle que era un ritual que tenía con el mar. Pero las palabras se desvanecieron en el aire.
La incomprensión se alzó victoriosa una vez más y el destino río por lo bajo. Lo que podía ser no fue, la ilusión se rompió antes de ser. Y es que a veces no alcanza con las intenciones, con pedir el deseo, con aferrarse a la esperanza. Hay momentos en que hay que mover las piezas y desafiar al azar en su propio juego y bailar. Pero por alguna razón ninguno se animó y el viento se llevó la canción a otra parte, donde quizá la aprovecharán más. Y ella quedó ahí, llorando frente al mar.

martes, 1 de junio de 2010

La última carta

No sé si soy un capitán sin barco o un barco sin capitán. Pero algo me falta. Mientras tanto sigo naufragando, perdido en aguas que conozco muy bien, pero ya no me preocupa encontrar el rumbo. Así, voy a la deriva, agotado de planear y trazar líneas que después me llevan a donde menos pensaba. Bien podría decirse que estoy desorientado porque no me interesa saber donde está el norte, extraviado por propia voluntad. ¿Voluntad? Quizás sea desatinado hablar de ella cuando se trata de alguien que está aislado porque así lo quiere. ¿Es tan así? Es cierto que no tuve grandes oportunidades, pero ante la primera piedra elegí esconderme en lugar de presentar batalla. Tampoco nadie se molestó en buscarme. Pero claro, si fueron ellos quienes me empujaron a este laberinto. De tanto en tanto me visitan, pero sólo es eso. Nunca están realmente acá. No los quiero acá.
A veces me dan ganas de salir, conocer cómo es allá afuera, saber si hay otros como yo, diferentes, especiales, incomprendidos. Sin embargo el temor es más fuerte que mis atisbos de iniciativa y termino siempre deambulando entre las mismas paredes, ensayando encuentros, calculando sensaciones. Todo en vano. Sé bien que no se pueden bosquejar esas cosas, el azar es amo y señor del mundo.
Yo soy hijo de ese caos. Y de algunas malas decisiones también. Pero eso sólo se puede saber tiempo después, como siempre, con el resultado puesto. En el medio del juego hay que tomar decisiones, probar, arriesgar. El ganar o perder es sólo una circunstancia. Dejé de jugar antes de comprender de qué se trataba. De movida me asignaron el papel del malo y sin chistar lo desempeñé a la perfección. Ellos se lo buscaron. Si me hubieran preguntado, hubiese elegido otro final.
Pero ya es tarde para redenciones, ha pasado mucha agua por debajo del puente y ya no se puede torcer el cauce del río. Sólo saldré de aquí matando a Asterión. Tengo que librarme de él y empezar de nuevo. Pero cómo hacerlo, sólo no puedo, jamás me animaría. Hemos pasado muchas cosas acá, los dos solos, diría que somos la misma persona si no fuese porque lo odio. Y como ya no hay tiempo de cambiarlo, la solución es el final, y así lo espero.
Estas son mis últimas palabras, por eso quiero dejarlas escritas, que le sean de utilidad a alguien. Debe aprenderse de los errores, propios y ajenos. Todo final es un comienzo y ese renacer debe ser mejor la muerte q lo precede.

Ariadna entró corriendo al laberinto, preocupada por Teseo, quien tenía la terrible tarea de asesinar al minotauro. Lo encontró sentado en el suelo, llorando al lado del difunto Asterión. En una de sus manos tenía una carta.