sábado, 21 de noviembre de 2009

El último salto

La vida es un gran circo y no da tregua, siempre hay que estar listo para salir a la arena y dar la próxima función. No importa si tenés las ganas de salir o no, el público espera que aparezcas y es el que manda. Dicen que el show debe continuar y puede que no sea justo pero eso no se discute, simplemente se acata el mandato social. Se sostiene la farsa de la sonrisa del payaso triste.

y así llegan estas palabras hoy...a los saltos, casi volando, aún cuando sea la última vez que lo hagan...allá van.


Hoy siento que el payaso se ríe de mí. Está ahí parado, en el medio de la carpa haciendo piruetas y morisquetas. Siempre con esa sonrisa indeleble. Se está burlando de mí. Sin embargo nadie parece notarlo y lo aplauden con fervor. Claro, siempre le festejan todo a estos tipos. No se, será que siempre tuve algo contra los Clowns. Nunca supe bien qué, quizás sea esa manía por sonreír siempre ante todo. Va, es una manera de decir que sonríen si en realidad tienen una mueca inmóvil estampada en el rostro.
No recuerdo bien cuándo comenzó mi enemistad con estos personajes. Tal vez se deba a que en el fondo todos tenemos un poco de payasos. Algunos más que otros, pero nadie escapa al uso de este disfraz al menos una vez en la vida. Alguna vez nos hemos puesto la careta del guasón a pesar de sentirnos como el pingüino. De todas maneras, hasta hoy no había sentido tal aversión por ellos. Será porque hoy voy a saltar sin red. Y allí está el, a los saltos, descollante, esperando mi caída. Y todos ellos también lo están. Esos que aplauden sus monerías y que pagaron para verme en el suelo. Sí, nunca faltan los que ansían ver la derrota del otro. Menos cuando se monta el show en pos del morbo.
Pero yo voy a saltar igual, para alegría de muchos y tristeza de algunos. ¿Si tengo miedo de caerme? Seguro, pero el miedo no es más que el impuesto a la vida. El miedo no es para los cobardes sino para los que se animan, aquellos que conocen los riesgos pero juegan igual. Y yo voy a saltar. “Usá la red, no seas terco, es lo mismo y te asegurás de que no te vas a lastimar”, todavía escucho esas palabras y una sonrisa triste se dibuja en mi cara. La gracia de los juegos es que siempre hay algo que perder. Esa es la motivación.
Además sé que no me va a soltar. ¿Lo sé? Confío en que no me va a dejar caer. A veces es más importante confiar que saber. Vale más creer en algo que saber que es así. Y si me equivoco valdrá el riesgo. Más vale morir allá afuera que vivir con la nariz pegada al vidrio anhelando ser aquellos que son más que un peón en el tablero. Basta mirar en esas pupilas para ver que no hay de qué preocuparse. Me sonríe y ya no escucho las risas que le devuelven al bufón. Me va a salvar.
Se acerca el momento, el payaso comienza a despedirse y me hacen señas de que me prepare para salir al escenario. Agito las manos con fuerza como si fuera a tomar vuelo, siempre me gustó la idea de que al apretar los puños y mover los brazos me llenaba de una fuerza mágica. El público se pone de pie y varios se relamen a la espera de un trágico final.
Allá voy, rumbo a la escalera que me llevará al trapecio. Mientras subo, entre los escalones la busco a ella, que ya está arriba esperándome. Le regalo una sonrisa pero no me la devuelve, sus ojos están vidriosos y parecen querer decirme que no lo haga. Tiene miedo de soltarme. La tenue luz de la escenografía me muestra una lágrima sobre su mejilla derecha, pero no puedo volver atrás, ya estoy arriba. Voy a saltar. Me balanceo unos minutos sobre el trapecio, hago mi número y me preparo para el gran final. Se viene el salto definitivo, me voy a tirar a sus brazos. Es el último acto, el fin de la función. Puede ser mi último salto, pero no importa, porque todo final es el comienzo de algo. Allá voy...

El viento le susurra al oído que sólo en el cine terminan bien las historias pero a él no le importa, sabe que sopla siempre para donde le conviene. Por unos segundos siente la felicidad sobre el paladar y quiere aferrarse a ella, detener el tiempo, pero el tirano lo devuelve de un tirón en el brazo. El público no lo puede creer. Ella tampoco, pero con los ojos llenos de lágrimas finalmente sonríe.

domingo, 4 de octubre de 2009

Un ángel en la Tierra

Hoy llegan hasta aquí unas palabras escritas mucho tiempo atrás. Pero como nada se pierde y todo se rehace, hoy están más vivas que nunca y vuelven quizás con más fuerza que en aquel entonces...o por ahí nos dicen otras cosas...dicen que el azar se parece al deseo...

...si el viento se las olvidó debe ser por algo...

Ésta es una suerte de reflexión, a modo de diálogo entre el autor y el personaje. Quizás porque es más fácil hablar con uno mismo. Quizás porque de esta manera, el personaje puede decir cosas que el autor no se anima.
Tal vez sea uno de esos interminables monólogos que nos aturden por las noches de soledad. Aquellas ocasiones en que no hay mejor confesor que la almohada. Es cierto, ella no habla, no aconseja, pero nos escucha, y eso es algo que no abunda en este (in)mundo.
También puede ser aquellas interminables charlas con nuestros mejores amigos, los perros. Esos momentos mágicos, en los que les confiamos todo a esos ojos incondicionales, sabiendo que nos van a mirar siempre de la misma manera, con el mismo amor. Y pensar que hay quienes sostienen que sólo les falta hablar.

-Mi querido Adán, ¿Cómo estás hoy? (Le regalo una triste sonrisa)
-Aquí me encuentro… (cavila, mientras se pasa la mano por los cabellos) frente a un dilema. Levantarme o quedarme en el suelo. Quedarme quieto o seguir caminando (suspira, tiene los ojos opacos). Si al fin de cuentas, la realidad siempre logra extinguirnos la llama de la ilusión. Y sin ilusión no hay vida, sólo existencia (su rostro acompaña la idea, tiene un dejo de tristeza su expresión).
-¿Cómo es eso? (me acerco hacia él, para que note mi interés)
-En esta realidad que hemos construido, o que nos han dado, las personas deambulan por las calles, con la mirada apagada. No poseen ese destello de ilusión en su mirar (se enciende, quiere transmitirme su sentir). Esa magia tan necesaria para poder apreciar tanto la luz como la oscuridad. Ellos no pueden, no quieren, no los dejan (se le nubla la vista y ya no me mira. Tal vez habla con el niño que hay en él). La luz los encandila y la oscuridad los aterra. Ambas los enceguecen.
-Entonces, ¿Tan atroz es tu visión del mundo? (miro por la ventana para enfatizar la idea. Comienza a llover)
-Es que es allí donde radica le problema. En “el” mundo. No existe tal cosa (gesticula, se desespera por explicarme). Cada uno vive en un mundo diferente, y de a ratos, comparte el suyo con el otro. La vida consiste en encontrarle un lugar a ese mundo en nuestra realidad, y no, en encontrar nuestro lugar en “el” mundo. Si mundo hay uno solo (ahora es él quien mira a través del vidrio), si sólo es ese que está allí afuera, entonces elijo contemplarlo desde mi ventana. No quiero ser parte de ese mundo físico, sin brillo interior, sin alma. En ese mundo no hay amor.
-Esa es una afirmación muy fuerte, ¿qué es para vos el amor? (me cuesta mucho hacerle ésta pregunta. Inmediatamente esquivo su mirada)
-Es despegarse, tan sólo por un instante, de lo terrenal que hay en el hombre. Es alcanzar, aunque sea tan sólo por ese instante, lo que hay de mágico y de eternidad en los ángeles. Es la ilusión de que podemos vencer al tiempo, porque el tiempo deja de importarnos. Al igual que “el” mundo (su mirada de pierde, quizás en algún rincón de mi alma). Porque aunque en el mundo reine la oscuridad y la tiniebla, la luz de su mirada me salvará. Ella me salvará. La rosa más linda de todas, más pura, eterna en el tiempo y el espacio. En mi tiempo y mi espacio. El amor es Solveig Amundsen.
-Entonces, ¿el amor es el valor más importante de todos?
-Sí, sucede que el amor es lo que revive la ilusión (se envalentona, recupera el brillo en sus ojos), y esa ilusión es el motor de la vida. Lo que nos da fuerzas para seguir intentado, aún cuando todo parezca imposible. La falta de ilusión, de amor, es la muerte en vida. La simple y llana existencia.
-Hablás de la muerte, ¿tenés miedo de morir? (se me quiebra la voz, tiemblo)
-La muerte no me resulta algo aterrador. A lo que sí le temo es a morirme sin a haber vivido (su mirada ahora es intensa y transparente). La muerte tiene que ser un premio a una vida plena. Es el momento de paz que llega después de una vida agitada. De haber reído y llorado, pero siempre haber soñado. Creído. Entonces la muerte llegará como esa eternidad que nos liberará de esta prisión de huesos y nos revelará el Edén.

domingo, 20 de septiembre de 2009

Antes de caer

Saltar o quedarse en el borde, cantar a los gritos o tararear tímidamente, en el fondo es siempre lo mismo. Jugar o jugar a que estamos jugando. Y en esa diferencia imperceptible está el secreto que nadie nos quiere contar, la verdad jamás revelada. ¿Habrá tal misterio? Quizás exista la necesidad de mantener la incógnita, el culto a la ilusión, la oración a la esperanza. Lo curioso es que incluso el caos tiene cierto orden. Y es allí cuando uno se siente más solo: todo parece tener un curso a pesar de que hagamos lo imposible para evitarlo. O se rearma en el nuevo ramal que se dibuja en el plano y ya está, de vuelta atrapado entre líneas. Pensar que la avalancha comienza con un leve soplido y después las consecuencias son incalculables.
Saltar o quedarse mirando. Parece un detalle mínimo en el que nadie repararía jamás. Casi nadie. Siempre el casi metido en el medio, entre el mundo y yo. Aunque no creo ser el único, imagino que varios tienen los bolsillos llenos de preguntas. Y sino supongo que se aburrirán en sus mundos cuadrados, perfectos en todas sus aristas. La gracia no está en lo impecable sino más bien en lo imperfecto, en aquello que contrasta con el resto. “No saltes hijo mío, es peligroso”, sus palabras rebotan en mi cabeza, de acá para allá, de allá para acá, de arriba abajo, como si fuera una cancha de squash. Pero creo que es más complicado vivir con la espina de no saber que se siente, de no experimentar el temor y la angustia de primera mano que quedarse en el pedestal de lo pulcro y cristalino.
Y es que acá reina la paz y no hay más preguntas que aquellas sobre cuál brilla más de todas las estrellas. Pero allí, a un paso, ni las ven. No pueden verlas o quizá tienen cosas más importantes que ver, como los ojos de alguien más. Ellos pueden brillar mucho más que cualquier astro, sólo hay que detenerse a contemplarlos. Y yo quiero verlos, quiero sentir esa luz tan poderosa que hace brillar al resto de las cosas. Así que voy a dar el paso adelante, y ya no habrá vuelta atrás.
Así fue como renunció a las alas de aquellos que viven en el cielo y se arrojó a las vicisitudes del infierno terrenal, donde quizás no haya tanto por lo que sonreír, pero la aventura consiste en intentarlo a pesar de todo.

miércoles, 26 de agosto de 2009

Monólogo de una noche

¿Quién me ha robado los meses de abril, mayo, junio y julio? Con el mayor de los respeto por el gran maestro, creo que esta vez él es el afortunado. ¿Acaso el tiempo corre más rápido cuando lo necesitamos? Es curioso que la felicidad sea campeona en los cien metros libres mientras la tristeza todavía está luchando por terminar la maratón. No sé si es que el mundo está al revés o de golpe yo soy otro. “Piedra libre para la duda y que la esperanza salga de su escondite porque es muy aburrido jugar sin ella”, piensa mi conciencia malherida y la cerveza ahoga sus últimas palabras. ¿Esperanza? “Es una construcción abandonada: siempre queda en proyecto de algo, pero termina siendo un bodoque sin forma que ocupa espacio sin sentido”, entrada triunfal del pesimismo en escena, segunda etapa de la inconciencia etílica. Con el cerebro anestesiado se repasan los hechos, se salta de baldosa en baldosa bajo la lluvia y siempre se pisan las flojas, es una fija. ¿Y de quién es la culpa? ¿De la lluvia? ¿De la bebida mágica? ¿Hay culpables? Lamentablemente el Juego no es tan sencillo, por eso se pierde tan seguido. Tiempo de la depresión y la desdicha, y así comienza el tercer capítulo del viaje en balsa de malta. ¿Es que no existe la Justicia? Como si algo parecido al equilibrio del mundo tuviese lugar en estas tierras. Cabría preguntarse aquí si la vida necesariamente debe ser justa. Por qué no aceptar que a veces no queda más que andar enterrados en el fango hasta encontrar suelo firme. Es que casi siempre la vida parece un film de Woody Allen, donde todo es tragicómico, y si no te da risa se te caen unas lágrimas.

El Sol (dios supremo del día que nos recibe con toda su furia después de una noche de aventuras) asoma sus cabellos allá lejos, como espiándome, hasta salir por completo, desafiante en su magnificencia. Y a pesar de que me siento juzgado y sin el respaldo de la protectora de pobres almas nocturnas, ocurre un hecho inesperado. Un chico le regala un chocolate a una nena y ella le da un beso, no tienen más de 8 años y se miran sin nada más en sus retinas que la presencia del otro. Se sonríen y se van corriendo juntos para la entrada de la escuela. Con el repiqueteo latente todavía en mi cabeza me sonrío y pienso que la magia todavía está ahí, agazapada y débil, pero viva.

lunes, 22 de junio de 2009

Juguemos a la Rayuela

Juguemos a la Rayuela, sí, saltemos de acá para allá, de allá para acá. No importa que haya que ir y volver en el tiempo, si es que al final vamos a llegar al Cielo. Pasemos por todas las casillas para entender cuál es la mejor manera de llegar al tan ansiado final. ¿Final? ¿Qué final? Si siempre es volver a empezar. Llegás a la meta y tenés que dar vuelta y volver, porque las reglas cambiaron y el Cielo ya no es tal y los números ya dicen otra cosa. Todo nace, crece, muere y vuelve a ser. Por eso es que hoy llegan hasta acá estas palabras escritas mucho tiempo atrás. Pero hoy parecen más vivas que nunca, quizás porque caí en una de esas casillas en las que por pisar mal tenés que volver para atrás. O tal vez tuve que volver para entender qué me llevó a estar hoy acá, por qué algunas cosas van y vienen...Juguemos a la Rayuela o a LaHistoria sin Fin...total da lo mismo.


lo que se olvidó el viento...

ESTRELLA
Qué triste es ver una estrella quese apaga y saber que no volverá a brillar jamás, y lo que es peor aún, tal vez nunca supimos aprovechar su luz o quizás estuvimos mirando a la estrella equivocada. Y ahí es cuando todo se vuelve más confuso y desolador, porque es porbable que esa estrella nunca haya tenido luz propia, sino que nosotros le atribuímos ese brillo por necesidad.

PUERTAS
Qué cruel que es la vida, nos muestra infinidad de puertas pero sólo nos da las llaves para abrir unas pocas. Por si esto fuera poco, tampoco nos dice para qué puertas sirven esas llaves, por lo que vamos por la vida probando suerte con las diferentes cerraduras, llevándonos desilusiones, angustias y frustraciones por no encontrar las puertas correctas. Distinto es el caso de la puerta de la felicidad, esta puerta no tiene cerradura. No se necesita de una llave para poder abrirla, cualquiera puede hacerlo, lo difícil es encontrar e lcamino que nos llevará a dicha entrada.

PUENTES

Las relaciones y vínculos entre las personas son como puentes. Hay algunas queson del tipo doble carril, de tránsito constante, donde esxiste un ida y vuelta aceitado. Pero hay otros que son viejos tablones de madera quebradizos, donde es preciso medir los pasos y no siempre es seguro cruzarlos. No menos cierto es que muchas veces los materiales varían en sus extremidades, de un lado puede haber un suelo más endeble que del otro.

miércoles, 8 de abril de 2009

Un acuerdo tácito entre ellos

Un acuerdo tácito entre ellos, un arreglo de su inconciente con una realidad cobarde. Una verdad quebrada, devenida en una farsa bien vestida. Los gritos de voces apagadas se pierden en el espacio vacío, inhóspito lugar para un alma endeble. Un abismo que separa dos mundos irreales, que fragmenta dos miradas que antes se fundían en un color.
Difícil es comprender qué sucedió. Nadie lo sabe. Tal vez nadie se anime a leer los retazos de razones, los pedazos de intenciones, los restos de ilusiones. Sólo lo dejaron ser. Y el tiempo se dedicó a ser la arena que cae en el reloj, incalculable, imperceptible. Casi sin ruido, los días los fueron dejando atrás. Tras ver al miedo convertirse en soldado, la fe se refugió en un cajón. Por algo es que dicen que es lo último que se pierde, es la primera en esconderse cuando se hace imposible capear el temporal.
Con la esperanza ausente, las miradas se volvieron opacas y el cuadro se pintó en sepia. La existencia de ese puente invisible los aislaba y unía a la vez. La sola idea de la brecha que los separaba los aferraba al pensamiento del otro. La luna los vigilaba cada noche, esperando serena, iluminando tenuemente el sendero. El sol les recordaba que muchas veces la luz hace daño a quien se acostumbra a la penumbra.
Pero la lógica de la sinrazón tiene sus propios códigos. Cuando la fantasía y la vigilia se funden en una lágrima, la confusión es reina. Con la conciencia torcida, deambularon por sus mundos, cruzándose en cada uno de ellos, evitándose sin notarse. Es ardua la tarea de ver aquello que está allí, frente a los ojos, con una claridad que encandila. La distancia entonces se presenta como la lente ideal para el ojo enfermo, sensible a la luz, que no puede ver lo que esta allí y prefiere no tener que verlo.
Y decidieron burlar al destino, leer sus mandatos en voz alta y reír a viva voz. Trazaron con tinta invisible en un mapa inverosímil los caminos que habrían de recorrer, uno por aquí, el otro por allá. Olvidando (o aceptando sin saberlo) que los opuestos se atraen, y que la vida no es una tómbola sino que las vueltas las da uno. El día los recibía radiante, festejando su hipocresía. La noche los hostigaba con sus aires de importante, aunque el tiempo les revelaría que sólo se trata de una artista malherida.
Hasta que un día, en una de esas tantas noches donde la madrugada es una sala de audiencias, se encontraron llorando frente a frente. Ninguno podía explicar por qué estaba allí, quizás ninguno quería hacerlo. La tan ansiada pero triste realidad (y no la verdad, no existe tal cosa) era que por encima de su afán de olvidarse, persistía la necesidad de verse. El deseo inquebrantable de reconocerse. Pero ya era tarde para un final feliz. La cobardía había ganado la guerra, aunque perdiera una eventual batalla frente a un esbozo de resurrección del corazón. La moneda giraba en el aire y la suerte estaba echada. Estaban condenados a pasar el resto de sus días presos en esas paredes que ellos mismos habían levantado con tanto ímpetu. Y pensar que todo fue por no jugar por miedo a perder, aferrándose a la nada, que siempre es mejor que el dolor. Olvidando q no se trata de competir, sino de jugar, la única manera de vivir y no morir en el intento.