domingo, 17 de abril de 2016

El primer ladrillo

El día que la vi venir, caminando a los saltos, perdida en su canción, entendí todo. Me perdería en ella. En su pelo color fuego y los ojos de mar. En su mundo. Sería preso de su libertad. Pude ver todo en esos metros que nos separaban. Ahí comenzó este puente. Porque eso es lo que nos une. Un camino de ida y vuelta, con más pasos de uno u otro lado. Avances y retrocesos. Pero allí está, para que lo caminemos cada vez. Y aunque muchas veces no esté claro a donde nos lleva el sendero, no importa. La aventura es recorrerlo juntos. Saber que cruzarlo es el destino.

Claro que no fue fácil construirlo. Hay partes, fragmentos que son endebles. Hasta hay partes resquebrajadas, pero es fuerte. Tiene que serlo. Porque no hay otra manera. Ir y venir. Recorrer cada rincón hasta encontrarlo. En algún lugar tiene que estar, el primer ladrillo. El origen, la razón. Y ahí está ella, del otro lado. La distancia parece eterna, pero todavía puedo verla. Pero más importante, sé que la voy a encontrar, aunque no la vea. Lo creo.

Hay días en que quisiera que el puente tuviese una sala de estar, un espacio común donde frenar. Pero no. El tiempo y el deseo no se encuentran y hay que seguir. Algún día. Mientras tanto, andar. Y esperar. Este juego de avances y retrocesos, siempre tirando de la cuerda pero sin cortarla. Los pasos contados, la respiración agitada. Ahí viene. Allá voy.


Santino va de la mano de su mamá, como cada mañana, hasta la puerta de la escuela. Son cuadras de ansiedad, pero a pesar de que su corazón se apresura, él mantiene la calma. Sabe que cada metro es esencial, cada paso vale. Es uno más hacia ella, pero también uno menos. Espera cada día por ver esa sonrisa, ese cruce de miradas. Y eso es todo lo que tiene. Mientras se acerca el momento, piensa que hoy es el día. Hoy la saluda. Se acomoda el flequillo que cae sobre su ojo derecho, aprieta fuerte la mano y respira hondo. Está listo.

Laila camina al lado de su papá. Lo agarra de un dedo con disimulo, como si quisiera que solo él lo note. Siempre había creído que los caminos eran para llegar a un lugar. Un medio para un fin. Pero a veces tiene ganas de quedarse un rato más. No pasar de largo. Bajarse del mundo. Porque hay algo en ese encuentro que le alborota los planes. Pero no hay tiempo. Además, es muy orgullosa para decir algo. ¿Y para qué? Si igual tiene que seguir. Mejor cantarle a la vida. Tal vez la escucha y le da una señal. Allá va, a los saltitos.

Las formas de llegar son muchas. Caminos hay tantos como destinos posibles. Podrían haber ido a la misma escuela, ser vecinos, vacacionar en el mismo lugar. Pero no, a ellos no les tocó esa historia. Solo se cruzan en el camino a sus respectivos colegios, cada mañana. Se ven una cuadra, un instante. Son pasajeros de la vida, testigos ocasionales de la presencia del otro. Pero hay algo más. El azar les dio la libertad de encontrarse. Nadie los puso ahí. Llegaron. El tiempo les dirá hasta dónde.

La hora de la verdad. Se terminan los ensayos. Se acerca el encuentro y la tensión crece. Laila canta un poco más fuerte, para hacerse notar. Santino piensa mil frases ingeniosas. Pocos metros los separan. Es ahora, es el momento. Nuestro pequeño gran héroe infla el pecho y apresura el paso, se adelanta. Ya solo están a unos pasos. Va a pasar. El primer saludo. Pero no alcanza a decir nada. Un cordón traidor lo desparrama por el piso. Desolación. Es el final. La derrota sin jugar. Maldecía entre lágrimas, culpándose de su desdicha, aceptando la mano que lo levantaba cuando la vio. Era Laila. Ella lo tomaba de la mano y lo rescataba. - ¿Estás bien?- indagó la heroína. –Ahora sí- contestó Santino con una sonrisa inédita. Ahí estaba, el primer ladrillo.

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