El día que la vi venir, caminando a los saltos, perdida en
su canción, entendí todo. Me perdería en ella. En su pelo color fuego y los
ojos de mar. En su mundo. Sería preso de su libertad. Pude ver todo en esos
metros que nos separaban. Ahí comenzó este puente. Porque eso es lo que nos
une. Un camino de ida y vuelta, con más pasos de uno u otro lado. Avances y
retrocesos. Pero allí está, para que lo caminemos cada vez. Y aunque muchas
veces no esté claro a donde nos lleva el sendero, no importa. La aventura es
recorrerlo juntos. Saber que cruzarlo es el destino.
Claro que no fue fácil construirlo. Hay partes, fragmentos
que son endebles. Hasta hay partes resquebrajadas, pero es fuerte. Tiene que
serlo. Porque no hay otra manera. Ir y venir. Recorrer cada rincón hasta
encontrarlo. En algún lugar tiene que estar, el primer ladrillo. El origen, la
razón. Y ahí está ella, del otro lado. La distancia parece eterna, pero todavía
puedo verla. Pero más importante, sé que la voy a encontrar, aunque no la vea.
Lo creo.
Hay días en que quisiera que el puente tuviese una sala de
estar, un espacio común donde frenar. Pero no. El tiempo y el deseo no se
encuentran y hay que seguir. Algún día. Mientras tanto, andar. Y esperar. Este
juego de avances y retrocesos, siempre tirando de la cuerda pero sin cortarla. Los
pasos contados, la respiración agitada. Ahí viene. Allá voy.
Santino va de la mano de su mamá, como cada mañana, hasta la
puerta de la escuela. Son cuadras de ansiedad, pero a pesar de que su corazón
se apresura, él mantiene la calma. Sabe que cada metro es esencial, cada paso
vale. Es uno más hacia ella, pero también uno menos. Espera cada día por ver
esa sonrisa, ese cruce de miradas. Y eso es todo lo que tiene. Mientras se
acerca el momento, piensa que hoy es el día. Hoy la saluda. Se acomoda el
flequillo que cae sobre su ojo derecho, aprieta fuerte la mano y respira hondo.
Está listo.
Laila camina al lado de su papá. Lo agarra de un dedo con
disimulo, como si quisiera que solo él lo note. Siempre había creído que los
caminos eran para llegar a un lugar. Un medio para un fin. Pero a veces tiene
ganas de quedarse un rato más. No pasar de largo. Bajarse del mundo. Porque hay
algo en ese encuentro que le alborota los planes. Pero no hay tiempo. Además,
es muy orgullosa para decir algo. ¿Y para qué? Si igual tiene que seguir. Mejor
cantarle a la vida. Tal vez la escucha y le da una señal. Allá va, a los
saltitos.
La hora de la verdad. Se terminan los ensayos. Se acerca el
encuentro y la tensión crece. Laila canta un poco más fuerte, para hacerse
notar. Santino piensa mil frases ingeniosas. Pocos metros los separan. Es
ahora, es el momento. Nuestro pequeño gran héroe infla el pecho y apresura el
paso, se adelanta. Ya solo están a unos pasos. Va a pasar. El primer saludo. Pero
no alcanza a decir nada. Un cordón traidor lo desparrama por el piso.
Desolación. Es el final. La derrota sin jugar. Maldecía entre lágrimas,
culpándose de su desdicha, aceptando la mano que lo levantaba cuando la vio.
Era Laila. Ella lo tomaba de la mano y lo rescataba. - ¿Estás bien?- indagó la
heroína. –Ahora sí- contestó Santino con una sonrisa inédita. Ahí estaba, el
primer ladrillo.
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