Te vas. Siempre te vas. Me dejás
como si fuera una habitación de paso, un puente. Siempre pasás, pero nunca te
quedás. Necesitás estar un tiempo, encontrar lo inexplicable. Buscás
encontrarte. Entonces mi vida pasa a ser una sala de espera. Pero mi espera es
permanente. Vivo en ese puente que vos cruzás una y otra vez sin reparo alguno.
Voy encadenado a tu sombra, preso de tu ausencia, rehén de tu regreso. Mientras
vos te descubrís, yo me pierdo.
Te alejás. Te perdés entre la
gente. Ya casi no puedo verte. La distancia se presenta como una brecha
imposible, una división entre dos mundos que no se corresponden. Es
desesperante. Quiero correr, salir a buscarte, frenarte. Pero no, mi lugar es
este. No puedo salir de este pasillo. Puedo ir y venir, volver sobre mis pasos,
pero no salir de acá. Si me voy, puedo no volver a verte.
Me dejás. Salís como si todos
pudiésemos hacerlo. Tus pasos no te pesan, avanzás con decisión, sin mirar
atrás. No hay vez que no espere esa última mirada. Ese adiós que grite un hasta
pronto. Pero nunca llega. El pasado no es tu jurisdicción. Das vuelta la
página, con la elegancia de los que escapan. Los que se van saben hacerlo, no
dejan nada. Pero se llevan mucho. Y vaya si lo hacen.
Me olvidás. Cruzás esa puerta y se
cae el mundo. Este mundo, donde jugábamos cada noche, en cada rincón.
Reescribís las páginas donde estaba mi historia. Seguís adelante, naufragando
aguas que lavan tu pasado. Y yo acá, atrapado en esta gran jaula que es el
amor. Celda de la que podría escapar, pero sigo esperándote. No sé si vas a
volver, pero eso no importa. Lo creo. Necesito hacerlo. Tiene que haber algo
más.
Azul está arrastrando el bolso, es
su última media hora en la ciudad que la vio nacer. Lo lleva con desgano, con la angustia
del que deja algo irremplazable. Hace años que vive en la gran capital, pero
siempre le cuesta dejar su casa. Dejarlo a él. Ese que nunca entiende que, en
un mundo ideal, aún vivirían juntos. Pero en este universo, nada es lo que
debería y las distancias están a la orden del día.
Baco la ve irse desde el sillón.
No se va a levantar a saludarla. Le duele mucho su partida, no la entiende.
Quiere que todo sea como antes, cuando era suya cada día y cada noche. Está
enrollado en el sofá, como si quisiera ocultarse de ella, esconder su tristeza.
Apenas levanta la mirada cuando ella lo llama desde la puerta. La mira como si
fuera la última vez. Azul sonríe, se seca las lágrimas y se va.
La distancia lastima. No se pueden
hablar ni comunicar. Sólo se ven unas pocas veces al año. Así son las reglas.
No las eligieron, sólo las aceptaron para poder vivir. Accedieron a las normas
para poder seguir jugando, tener la chance de volver a hacerlo algún día. Dicen que hay amores que matan, los hay de los que matan por amor, y están también los amores perros. Estos últimos son incondicionales. Él nunca dejará de esperar. Ella
siempre va a volver. La ausencia es sólo una cuenta regresiva.