No sé si soy un capitán sin barco o un barco sin capitán. Pero algo me falta. Mientras tanto sigo naufragando, perdido en aguas que conozco muy bien, pero ya no me preocupa encontrar el rumbo. Así, voy a la deriva, agotado de planear y trazar líneas que después me llevan a donde menos pensaba. Bien podría decirse que estoy desorientado porque no me interesa saber donde está el norte, extraviado por propia voluntad. ¿Voluntad? Quizás sea desatinado hablar de ella cuando se trata de alguien que está aislado porque así lo quiere. ¿Es tan así? Es cierto que no tuve grandes oportunidades, pero ante la primera piedra elegí esconderme en lugar de presentar batalla. Tampoco nadie se molestó en buscarme. Pero claro, si fueron ellos quienes me empujaron a este laberinto. De tanto en tanto me visitan, pero sólo es eso. Nunca están realmente acá. No los quiero acá.
A veces me dan ganas de salir, conocer cómo es allá afuera, saber si hay otros como yo, diferentes, especiales, incomprendidos. Sin embargo el temor es más fuerte que mis atisbos de iniciativa y termino siempre deambulando entre las mismas paredes, ensayando encuentros, calculando sensaciones. Todo en vano. Sé bien que no se pueden bosquejar esas cosas, el azar es amo y señor del mundo.
Yo soy hijo de ese caos. Y de algunas malas decisiones también. Pero eso sólo se puede saber tiempo después, como siempre, con el resultado puesto. En el medio del juego hay que tomar decisiones, probar, arriesgar. El ganar o perder es sólo una circunstancia. Dejé de jugar antes de comprender de qué se trataba. De movida me asignaron el papel del malo y sin chistar lo desempeñé a la perfección. Ellos se lo buscaron. Si me hubieran preguntado, hubiese elegido otro final.
Pero ya es tarde para redenciones, ha pasado mucha agua por debajo del puente y ya no se puede torcer el cauce del río. Sólo saldré de aquí matando a Asterión. Tengo que librarme de él y empezar de nuevo. Pero cómo hacerlo, sólo no puedo, jamás me animaría. Hemos pasado muchas cosas acá, los dos solos, diría que somos la misma persona si no fuese porque lo odio. Y como ya no hay tiempo de cambiarlo, la solución es el final, y así lo espero.
Estas son mis últimas palabras, por eso quiero dejarlas escritas, que le sean de utilidad a alguien. Debe aprenderse de los errores, propios y ajenos. Todo final es un comienzo y ese renacer debe ser mejor la muerte q lo precede.
Ariadna entró corriendo al laberinto, preocupada por Teseo, quien tenía la terrible tarea de asesinar al minotauro. Lo encontró sentado en el suelo, llorando al lado del difunto Asterión. En una de sus manos tenía una carta.