Saltar o quedarse en el borde, cantar a los gritos o tararear tímidamente, en el fondo es siempre lo mismo. Jugar o jugar a que estamos jugando. Y en esa diferencia imperceptible está el secreto que nadie nos quiere contar, la verdad jamás revelada. ¿Habrá tal misterio? Quizás exista la necesidad de mantener la incógnita, el culto a la ilusión, la oración a la esperanza. Lo curioso es que incluso el caos tiene cierto orden. Y es allí cuando uno se siente más solo: todo parece tener un curso a pesar de que hagamos lo imposible para evitarlo. O se rearma en el nuevo ramal que se dibuja en el plano y ya está, de vuelta atrapado entre líneas. Pensar que la avalancha comienza con un leve soplido y después las consecuencias son incalculables.
Saltar o quedarse mirando. Parece un detalle mínimo en el que nadie repararía jamás. Casi nadie. Siempre el casi metido en el medio, entre el mundo y yo. Aunque no creo ser el único, imagino que varios tienen los bolsillos llenos de preguntas. Y sino supongo que se aburrirán en sus mundos cuadrados, perfectos en todas sus aristas. La gracia no está en lo impecable sino más bien en lo imperfecto, en aquello que contrasta con el resto. “No saltes hijo mío, es peligroso”, sus palabras rebotan en mi cabeza, de acá para allá, de allá para acá, de arriba abajo, como si fuera una cancha de squash. Pero creo que es más complicado vivir con la espina de no saber que se siente, de no experimentar el temor y la angustia de primera mano que quedarse en el pedestal de lo pulcro y cristalino.
Y es que acá reina la paz y no hay más preguntas que aquellas sobre cuál brilla más de todas las estrellas. Pero allí, a un paso, ni las ven. No pueden verlas o quizá tienen cosas más importantes que ver, como los ojos de alguien más. Ellos pueden brillar mucho más que cualquier astro, sólo hay que detenerse a contemplarlos. Y yo quiero verlos, quiero sentir esa luz tan poderosa que hace brillar al resto de las cosas. Así que voy a dar el paso adelante, y ya no habrá vuelta atrás.
Así fue como renunció a las alas de aquellos que viven en el cielo y se arrojó a las vicisitudes del infierno terrenal, donde quizás no haya tanto por lo que sonreír, pero la aventura consiste en intentarlo a pesar de todo.